viernes, 29 de abril de 2011

"Matar a Platón", de Chantal Maillard (Tusquets)



La tragedia es cotidianeidad. Responde al nombre de rutina. Sufre de metástasis. Es un pulso frecuente dentro de una caja de resonancia. La tragedia camina en una calle cortada por un accidente. Es sangre abúlica dentro de un laboratorio.


Y, pegados a una realidad ambigua, los seres trágicos y rutinarios aprendemos a escribir. Y, con cada letra, aprendemos el arte de morir. Escribimos para aprender a morir.


Lo único que conseguimos escribir son versiones de nuestro epitafio.


Chantal Maillard me ha dado razones que yo tenía pero que no sabía. Como la tipografía que no reconocemos en los carteles o los elementos químicos de nuestro cerebro. Somos nubes indescifrables e interpretaciones de ojeras y arrugas.


“escribir

para arquear el espinazo de las letras

a imagen del dolor”.


Sara R. Gallardo.

21 años. Valladolid.

miércoles, 27 de abril de 2011

"Nada", de Carmen Laforet (Destino)


«Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces».


Cómo explicar mi admiración hacia Carmen Laforet. Quizá porque escribió Nada con tan sólo 23 años (edad que tengo actualmente), o que me siento cómplice de Andrea, o simplemente porque quedé atrapada en las paredes del piso de la calle Aribau.


El libro comienza con un viaje en tren. Andrea, una joven de 18 años, rebelde con sueños e ideales pretende hacerlos realidad en una Barcelona terminada la Guerra Civil, donde comenzará sus estudios en la facultad.


Su existencia, así como su personalidad cambiarán al conocer a los habitantes del piso de su abuela, en la calle Aribau, en el que además de esta viven: su tía Angustias (una mujer fría, envidiosa, que muestra cierto grado de lesbianismo al tratar a Andrea y que acabará recluida en un convento), sus tíos Román y Juan dos hermanos destruidos por la guerra y resentidos con la situación actual. Y la mujer de Juan, Gloria, un personaje tan vulnerable, tan infantil…En ciertos momentos parece que habla su parte más adulta, pero otras se limita a hacer comentarios carentes de racionalidad.


Son unos personajes tan reales, que podemos verlos, sentirlos y enamorarnos de cada uno de ellos. El ambiente en esa casa es asfixiante, lleno de cosas viejas, maloliente, con continuas discusiones, en el que describe los malos tratos de Juan a Gloria, la comprensión de la abuela, y ese artista atormentado que es Román, ese personaje que atrae por su profundo misterio, sus secretos, que vive en el ático del que desaparece durante largas temporadas y nadie sabe a donde va. En ese microcosmos, a alguno de los personajes se le pregunta qué le pasa, qué piensa, qué siente, con frecuencia se obtiene la misma respuesta “nada”.


No es de extrañar que Andrea no soportara esta situación y buscara en la universidad una vía de escape, donde encuentra a Ena (que también se enamorará de Román) y a su familia, de la que formará parte de alguna manera. Es un sentimiento de admiración y le gustaría ser como ella pero en lugar de eso se conforma con la oscuridad de su casa que cada vez odia más. Personaje crucial para entender la historia es la madre de Ena que le confiesa a Andrea su aventura con Román.


Es una lectura que nos transporta a esa Barcelona gris acabada la Guerra Civil, paseamos por sus oscuras calles, estrechos callejones, soñamos con la magia del barrio chino con personajes grotescos… El sentimiento de desilusión se hace presente en toda la novela. Nos transmite una sensación de vacío, de individualismo, cada personaje mira para sí mismo.


Andrea representa a un alma viva, joven que lucha con entusiasmo por salvarse y salvar a otros de esa confusión que es vivir. Se marcha de Barcelona después de un fatídico e inesperado final con la sensación de no llevarse nada, pero en el fondo ella sabe que todo en ella ha cambiado.


«Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida».


Jéssica López Martín.

23 años. Zamora.

lunes, 25 de abril de 2011

"Ensayo sobre la lucidez" de José Saramago (Alfaguara)


Cuando nacemos, cuando entramos en este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero puede suceder que un día tengamos que preguntarnos: “¿Quién ha firmado esto por mí?”.

Comenzaré por admitir que no andan del todo desacertadas las críticas que lo tachan de no estar a la altura de su predecesor (el Ensayo sobre la ceguera), o de hacerse aburrido, o manido. Cierto es que la “premisa mágica” esta vez no es tan espectacular en esta ocasión, ni quizá son las deliberaciones filosóficas y vitales de tan alto nivel. También es cierto que puede resultar lento en ritmo al principio, y quizá algo precipitado el cambio de presentación de la acción y ritmo de la mitad hacia el final. Todo esto, si lo combinamos con ese estilo de narración tan denso, que en apenas tres lineas te lleva de una situación mundana a una disertación de esas que te dejan boquiabierto y tienes que releer porque no terminas de creer cómo te ha llevado de la mano hasta ese punto, hace que no sean fáciles de seguir estos libros. Pero éste, al igual que al primero, sin saber cómo, te engancha.


Sin embargo esta “premisa mágica” más "mundana" ha sido lo que me ha llamado la atención. Esta vez no se trata de una plaga de “zombies” ciegos (¿o acaso no eran todos esos ciegos muertos vivientes de facto, dada la situación?), sino de la actuación de una especie de consciencia colectiva, responsable y consecuente (y por tanto, si lo piensa uno bien, no menos milagrosa), la que hace que en unas elecciones, en la ciudad capital de un país, el voto en blanco masivo (83%) provoque la imposibilidad de formar gobierno, haciendo que salten los resortes de las fuerzas políticas para impedir que esto sirva de empuje inicial para un cambio de la situación que ellos gobiernan y les alimenta.


Precisamente esta temática y esta trama han sido las que me han fascinado. Sin caer en locuras ni espectáculos se expone expone de forma clara y sobria la desconexión tremendísima -y a veces disparatada- que existe entre el mundo de las personas "de a pie" y el de los políticos (diferenciación totalmente excluyente hecha a posta), y como el segundo vampiriza, retuerce y manipula el primero para asegurarse la subsistencia. Y entiendo que ha sido por puro contexto y panorama político actual. Cualquiera que siga la actualidad política de estos últimos meses es consciente, supongo, de lo que quiero decir.


Simplemente, merece la pena leerlo. En definitiva, salvo que quizá sea mejor no leerla justo tras el Ensayo sobre la ceguera para evitar la saturación, creo que es esta una novela de lectura imprescindible ahora, y si no aullamos lo suficiente, por desgracia, durante mucho tiempo más.


Julio Antequera Galiano.

26 años. Sanlúcar de Barrameda.

martes, 19 de abril de 2011

"Cosas que hacen bum" de Kiko Amat (Anagrama)


Este libro fue una recomendación caída del cielo. En el sentido más literal de la palabra. Y es que cuando abres el libro empieza diciendo así:


La obsesión es una fiebre. Una rabia loca, enfocada hacia un solo punto, que empieza a acelerar sin que nadie pueda detenerla. La obsesión es un deseo multiplicado, y ese deseo me ha llevado hasta aquí.


La descripción por parte de Amat de los sentimientos es sobrecogedora, no sólo de los sentimientos sino de la época y la cultura en la que se mueve esta novela y el sentido del humor con el que lleva personajes y ciudades es magnífico. Es sencilla, natural y realista. Es una historia de adolescencia sumamente bien contada.


Graciela Rodríguez Gago.

27 años. Gijón.

domingo, 17 de abril de 2011

"Ahora, escribo", de Lolita Bosch (Periférica)

ELE O ELE I TE A



Este texto es para mi amiga María Lynch, que

durante un año visitó conmigo un parque de

atracciones, una frontera, un escenario vacío y

un puerto industrial. Justo antes de que nos

coláramos en la escuela en la que ambas, juntas,

aprendimos a escribir. Más o menos.

tras haber conseguido ver, en Barcelona, la

Ciudad de México y su milagroso segundo piso

atravesando el cielo.


Pero para Lolita.


Cierro Ahora, escribo de Lolita Bosch con la sensación de que una verdad que todavía no he captado completamente me ha sido revelada. Una verdad que me concierne y que me habla de una Lolita que escribe al compás de un metrónomo con el fin de ajustar su tiempo al tiempo real, su texto a un ritmo que sí existe, aunque no lo estemos escuchando. Al ritmo que, como lenguaje, somos. Y desaparecer así en lo que construye. Serlo todo (p.161).


Con el mismo asombro que despertaría en el observador el hallazgo de una reserva natural de agua en medio de un huerto, así asiste el lector a las anécdotas e imágenes que la voz de la narradora desgrana de una manera precisa y particular. Con un empeño similar al del músico, la autora mide la cadencia de cada una de las palabras, las perfila y las segmenta:


Y que rojo en voz alta quiere decir exactamente esto.

No: erre o jota o. [] si te digo que todo e rojo no me creas, busca algo verde. Uve e erre de e. Este verde.

Porque esto no es una novela y te estoy mintiendo todo el rato.

Quiero que te resulte evidente.

Quiero que te des cuenta sin que tenga que decirte nada.

(Nada.) (P. 51)


De este modo, juega y engaña al lector para que éste entre en su texto como si fuera suyo y lo siembre con sus propias experiencias vitales, lectoras y creativas. Sólo así, desde el “nosotros” es posible construir la obra, puesto que la escritora no entiende la novela (ensayo narrativo, autobiografía fragmentada o, independientemente de las distinciones genéricas, esta joya) sin la presencia, sin el diálogo con el lector que presencia gustoso, deslumbrado y curioso el suceder de la historia íntima que encierra este escribir único:


Este primer libro es la fotografía que nunca tomé del momento exacto en el que mi padre y yo, una mañana de invierno que había nevado, nos subimos a un avión de madera y nos aventuramos a planear por encima de la ciudad de Barcelona. Sin viento. (P. 11)


Mediante la fragmentación y la re-presentación y reescritura de una serie de ideas o textos centrales de la que se han valido autores como Girondo o Bolaño, Bosch articula el texto en el desplazamiento, recreándose en las relaciones entre el texto como lugar y el contexto. En este sentido, parte de una crisis creativa y vital en le que se halla tras la muerte de su padre y la publicación de La familia de mi padre (obra que enlaza con esa figura paterna y que de algún modo, mediante la escritura, es revivida y recreada constantemente hasta el punto de no saber si realmente el recuerdo que guarda de su padre es “su padre real”, observación que abre paso a la relación entre vida y literatura: ¿hasta qué punto la literatura forma parte de la realidad de una escritora?, ¿pertenece la literatura a lo irreal o, al contrario, es algo real, propio de nuestro día a día como escritoras?) para reflexionar sobre la No Escritura, la imposibilidad o la posibilidad de escribir, las desapariciones de los seres queridos (su padre, un amigo), la enfermedad, el miedo. Tal y como se menciona en la contraportada, se trata de la crónica de unos años donde la propia Literatura, también con mayúsculas, se convierte en medicina y cura en medio del desconcierto que ella misma produce. Apud B.:


Sé que estos Cuatro Meses Tiempo Muerto en los que sigo inmersa, la catarsis que ha sido volver de nuevo a México tras la entrega final de La familia de mi padre, sé que esta sensación de realidad física, de entraña, sin aire, que no ha conseguido finalmente enloquecerme, logrará fijarse en algún punto quieto de luz, dejará de ser tan radical, tan violentamente importante. Y sé que yo, a pesar de la vergüenza de ser capaz de hacer algo así, seguiré viviendo sin mi padre, a miles de kilómetros del centro Piedra que es el interior de mi cuerpo.

Piedra Lolita.

Sé que volverá la plasticidad del lenguaje y que la Voz Mármol se convertirá otra vez en humo. [] Volveré a encontrar el camino exacto que me lleve hasta los demás. Volveré a reconocer este mundo en este mundo. Y entonces tal vez, entonces incluso, entonces literariamente, seré capaz de contarme qué ha sucedido. Ahora no. Ahora la escritura no ha logrado evitar ni construir nada. Porque ahora la escritura es la muerte: el entierro definitivo de una vida se ha extinguido lentamente desde la conversación que tuve con mi padré el día 20 de junio de 1999, la mañana siguiente cuando mi madre me llamó a la calle Tonalá de la colonia Roma, el testamento formal que abrieron cuando yo estaba en una azotea de la calle Coahuila, la carta que recibí en la avenida Álvaro Obregón, la mañana en que fui a las islas Medes de la mano de mi amigo Narcís, el poema de César Vallejo que me mandaron por correo electrónico, la escritura caótica y dolorosa, la sensación de volver a darle a mi padre la mano. Su mano. Casa. (Pp. 78 y 79)


A lo largo de los tres apartados, los tres libros, de los que se compone este ensayo en primera persona, contemplamos en “Primer libro: Donde abro”, un punto de partida para una narración que se inicia desde el dolor, desde esa relación extraña con la literatura y de su poder reconstructor:


Ocupar con el lenguaje un espacio que sea el espacio que sea el espacio de la construcción y cuya voz, la mía, sea casi un pulso físico. Radicalmente vivo. Esto es lo que quiero que suceda, esto es sin ninguna duda lo que busco. [] del lenguaje. La posibilidad increíble de ponerlo en movimiento y de usarlo para reconstruirlo todo. y, por supuesto, por encima de cualquier otra cosa, de tratar de reconstruirme a mí misma. (P. 69)


Después, en “Segundo libro: Donde está todo abierto, AHORA, ESCRIBO”, B. escribe para tratar de entender el miedo, para tratar de entender qué ha sucedido y, consecuentemente, tratar de entenderse a sí misma (Esto te ha sucedido porque hay algo que eres y no entiendes, p. 154). Para ello, vuelve a esa relación entre tiempo, literatura y lugar de la que se hablaba arriba: el paso de un tiempo continuo visto a cámara lenta. No detenido. Sino un espacio sucediendo todo el rato. Entonces, el lector entiende que precisamente eso es el libro: un espacio sucediendo todo el rato, de ahí que la escritora se valga de técnicas como la reescritura para hacernos entender que, por medio de expansiones, fragmentaciones y mutaciones que completan su sentido, el texto es algo vivo que se construye gracias a la mirada atenta del lector. Y es precisamente ahí donde confluyen un único espacio visto desde un único tiempo.


Por último, en el breve “Y NADA TERCER LIBRO: DONDE TRATO DE VER”, la voz narrativa llega a la aceptación y a entender que:


… hay algo definitivamente cierto en todo esto: Todos nosotros. Y que de cerca, un texto es tan incomprensible como un ser humano. Tan incomprensible como la muerte. [] que sólo lo que construyéramos fuera verdad. Que la propia escritura fuera verdad. Que no fuera más real lo que nace solo, lo que es anterior a la carne, el oro que brilla dentro de las rocas, sino que yo encontrara un modo de decir huesos, piedras, semillas, aviones, palabras y con esto construirme un mundo. (P. 196)


En resumen, Ahora, escribo es una obra de referencia para todos aquellos interesados en el proceso de escritura. Primeramente, porque nos habla del lugar, el paisaje, el tiempo, como escenarios en el que el lector asiste al milagro de la escritura, al modo en que Lolita Bosch construye pisos de palabras que adquieren sentido al hablar de ciudades como México DF, Barcelona o del secreto que encierra una semilla y de aviones de madera que vuelan un día sin viento por encima de Barcelona.


Y, en segundo lugar, porque se trata de un texto muy trabajado desde el punto de vista técnico al introducir todos esos desplazamientos textuales en los que la imposibilidad de nombrar algunos sentimientos o dar una respuesta a la relación entre Literatura y Verdad o a la pregunta del Ser se escogen con acierto y ayudan a que el lector llegue a comprender completamente la evidencia que se esconde entre las páginas de este ensayo. Junto a las fragmentaciones, un discurso pausado, a caballo entre el verso y la prosa, un ritmo muy medido (a golpe de metrónomo) y un lenguaje urbano que nos invita a vagar por hoteles, aeropuertos y plazas de dos ciudades muy diferentes como lo son México DF y Barcelona, Lolita Bosch nos conduce ante la certeza de que todos nos parecemos (Soy lo más parecido a ti que has conocido nunca, p. 192) y tememos frente a situaciones similares. La belleza reside en la capacidad que poseemos de explorar, literariamente, el mundo y, con nuestros hallazgos, construir un lugar y tiempo propios.


Uxue Juárez Gaztelu.
29 años. Pamplona.